miércoles, 16 de abril de 2014

Y tú, tienes que ser tontita por lo menos

Época de transición. Cuando uno se quiere a sí mismo, la vida comienza a sonreírte. Cuando de repente sentías que nadie reparaba en tí, sorprendentemente, y como si de sabios o adivinos se tratase, todos comienzan a mirarte. Comienzan a comerte con la mirada, y aquellos que se fueron de repente vuelven, con el rabo entre las piernas, reclamando misericordia. Y no uno, ni dos, ni tres, sino alguno que otro más. Y tú sólo eres capaz de pensar...¿ahora? ¿ahora que he encontrado mi paz (la cual claramente no estaba cerca tuya) vienes a molestarme? Y, de forma inconsciente y sin ánimo de venganza, todos y cada uno de ellos son fustigados. Con el látigo de la indiferencia. Porque alguien me ayudó a darme cuenta de que eso que tantas veces creí como posible, eso que tantas veces la vida me demostró que no lo era, LO ES. Que puede existir el respeto máximo, que de hecho existe y tiene el nombre que nunca imaginé que tuviese, la apariencia y la altura a la que nunca aspiraría. Pero, al fin y al cabo, lo importante es lo importante para cada persona y el físico no es más que algo superfluo, que la verdadera conexión está en la mente y es que con tantos kilómetros separándonos yo siento descargas eléctricas que por supuesto él no siente. Y qué más da. Si lo que de verdad importa es que, ahora, sé que es posible. Y solamente puedo decirle, gracias por hacerme crecer desmesuradamente en cada conversación, en cada referencia, por ser mi ejemplo a seguir. Quizás el amor a primera vista no existe para mí, yo lo llamaría más amor a la primera palabra...

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