miércoles, 12 de octubre de 2011

Sábado noche

Un escalofrío recorre mi cerebro dibujando una diagonal de un extremo a otro. A veces siento que no puedo más. El suspiro que encierro convierte a los huracanes en ínfimos, la nostalgia que esconde mi estómago provoca que éste explosione cual meteorito en impacto. La incertidumbre me quitó el hambre, pero desgraciadamente mi organismo necesita alimento. La sonrisa que encierra esta angustia no se deja ver por culpa de la maldita calavera. Y sigo. Sigo con el puedo y no quiero. O con el bailo y no se mueven ya los árboles ni caen esas hojas que provocan que la soledad permanezca impasible ante este pobre pajarito muerto. Desciende envuelto en sábanas con una cuerda de seda de diez nudos. Diez, porque once son demasiados, y doce ya ni te cuento, porque cuando llegas al límite lo demás sobra, pero qué pena que nunca esté de más.
Allí tendría que irme alguna vez, pero solo con la condición de volver y ver cómo te rindes ante mí. Todo el poder para cambiar la intensidad de la lámpara que me guía por esta hipotenusa que parece no terminar en vértice nunca jamás. Si no existe...

No hay comentarios:

Publicar un comentario